LA MÁSCARA INCONSCIENTE




La palabra arquetipo proviene del griego arché, que significa primero, y typos: patrón o molde.

Los arquetipos o imágenes primordiales son la base originaria de todas nuestras experiencias y, al igual que los instintos, son una parte esencial que requiere ser expresada.

Para relacionarse con los demás la sociedad enseña a cada individuo unos patrones de percepción y comportamiento y un sistema de creencias que podemos llamar la personalidad (del original griego -prosopom-, que significa máscara).

Esta máscara se interpone entre lo que somos -pura conciencia- y el mundo social, que responde a pactos y conceptos; precisamos un disfraz para manejarnos en este mundo de formas e intrincadas relaciones. 

Por desgracia, perdemos la conciencia de nuestro origen sin forma, identificándonos con el instrumento que hemos ido creando como necesidad adaptativa social: consideramos a la personalidad como nuestro yo.

Nuestra forma de vivir es atropellada e inconsciente: los pensamientos corren desbocados, independientes de nuestra voluntad, el cuerpo es un desconocido que funciona involuntariamente; ignorantes de sus señales no distinguimos lo que le perjudica o beneficia. 

Incapaces de manejar sus reacciones (malestar, ansiedad, tensión...) no despertamos todo su potencial de disfrute y percepción ni lo utilizamos con habilidad y flexibilidad. Las emociones son reprimidas, temidas o se manifiestan como tormentas arrasadoras; corremos en pos de deseos y estímulos intentando calmar una ansiedad que no disminuye; los miedos nos atenazan, y huimos de ellos en vez de traspasarlos.

Si miramos con cuidado nuestro comportamiento, nos daremos cuenta de que jugamos roles distintos a lo largo de nuestra vida.

En cada personaje nos desenvolveremos de una manera distinta, porque no le hablaremos a nuestro jefe de la misma manera con la que hablaríamos con nuestro padre.

Otra razón por la cual podemos adoptar distintos personajes, es porque no tenemos claro quiénes somos.

Que nuestras máscaras no sean tal, no vivamos para agradarle a los demás ya que es una de las tareas más dificiles.

No confundamos  partes de nuestro  verdadero ser con las máscaras que los demás imponen.

Ser fiel a un mismo es el mejor regalo que podemos brindarnos, saber qué queremos
nos servirá como faro en un mar de gente cambiante, y sobre todo   recordando que la fuente está en uno mismo.

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