EL ARTE DE IMPROVISAR






El viaje más apasionante es aquel que se emprende sin saber a donde ir

(Johann W. Goethe)

Ser espontáneos y crear sobre la marcha nos facilita adaptarnos a los cambios.
Acostumbramos a programar los días y así le damos la espalda a la espontaneidad.


El cambio, la creación, los descubrimientos vitales, tienen como sustrato la espontaneidad. 

Los niños pequeños apren­­den con gran rapidez porque les está permitido jugar y experimentar. Al llegar a la edad adulta, nuestra progresión se ralentiza e incluso llegamos a sentirnos estancados.

 A fuerza de repetir los mismos hábitos y tareas se va estrechando nuestro margen para imaginar y romper moldes. Nos volvemos previsibles y conservadores. Preferimos encerrarnos en nuestra zona de confort al desafío de la reinvención.

Intelectualmente, muchas personas tienen la impresión de pasar dos tercios de su tiempo durmiendo, desde un punto de vista creativo. Sin embargo, ¿qué hacemos con el otro tercio a nuestra disposición?.

Estamos tan acostumbrados a programar las horas y los días, a llenar cualquier espacio vacío, que la agenda se ha acabado apoderando de nuestro tiempo libre. Incluso el fin de se­­mana vamos a golpe de silbato. Y así pasamos la vida, dándole la espalda a la espontaneidad e incluso a la felicidad. 

Como apunta el ensayista Mario Satz, ríe más un bebé que un niño; un niño, que un adolescente, y un adolescente, que un adulto. ¿Será la menor ausencia de barrotes cotidianos lo que facilita la alegría? La buena noticia es que está en nuestra mano recuperar la libertad perdida. Como mínimo, en un tercio de nuestra vida.

En su clásico Tus zonas erróneas, Wayne Dyer define la espontaneidadcomo “ser capaz de ensayar cualquier cosa de repente, tomando la decisión de hacerlo en un momento, simplemente porque es algo que te gusta y de lo que puedes disfrutar”. 

Esto no sucede con mucha frecuencia, sobre todo cuando alguien ocupa lo que se denomina un “cargo de responsabilidad”.

Este tipo de personas “viven su vida sometidas a cánones rígidos, sin fijarse en lo absurdas que son muchas de las normas que respetan ciegamente. Sienten un terrible miedo a lo desconocido. Nunca discuten lo que se les dice, sino que más bien se aplican con rigidez a hacer lo que se espera de ellos. Pero la gente rígida nunca crece”.

Se paga un alto precio por restringirse a una vida tan pautada. El individuo que ciega su manantial interior de espontaneidad suele padecer algunos de estos síntomas: amargura y resignación por llevar una vida no elegida; fatiga física y mental ante el aluvión de obligaciones que cumplir: distanciamiento de la pareja y una mayor tendencia a la infidelidad; estrés y ansiedad permanentes; sentimiento de que la vida pasa muy rápido y que se vive solo para pagar facturas. 

Quien padezca uno o varios de estos síntomas puede afrontarlo de la forma más lúdica posible: dedicar una parte de su tiempo a vivir como una banda de jazz. Ahora veremos cómo.

Para entender cómo la espontaneidad conecta con la alegría interior tomemos como ejemplo una banda de jazz melódico. Los músicos empiezan siguiendo la armonía y la tonada que el público conoce. 

Llega un momento, sin embargo, en el que rompen con la partitura y comienzan a improvisar. Sus expresiones cambian al instante. Pasan de la concentración a la sonrisa, y es en estos momentos cuando realizan las mayores proezas musicales. Se divierten.

 Y su disfrute se contagia de inmediato al público, que aplaude la huida de los músicos de los barrotes del papel pautado. Han entrado en un estado de flow, el concepto estudiado por el profesor de psicología Mihaly Czikszentmihalyi.

Este fluir es una experiencia de intensa felicidad que se vive cuando logramos estar totalmente sumergidos en una actividad que nos llena de libertad y multiplica nuestras capacidades.

Cuando sintonizamos la emisora mental de lo lúdico y lo imprevisible no solo alimentamos nuestra alegría interior y nuestra creatividad. También estamos mucho más preparados para el cambio. Y eso porque, como reza el aforismo atribuido a Einstein, “la mente es como un paracaídas, funciona mejor si está abierta”.

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