Para que exista una relación sana es indispensable que cada uno conserve su propia identidad y respete la del otro, solo así nuestro encuentro con los demás es satisfactorio y generador de crecimiento.
Pero en determinadas ocasiones, al relacionarnos creamos unos límites tan flexibles y permeables que resulta difícil distinguir donde termino yo y donde empieza el otro.
A menudo las personas que establecen estos tipos de límites creen que de esta manera se facilita su relación con los demás, pero el efecto es el contrario, dan lugar a malentendidos, resentimiento, falta de claridad, baja autoestima...
Recordando la estructura de apego ansioso, se busca evitar la soledad y el abandono a costa de los propios principios personales.
Cuando nos relacionamos de esta forma podemos buscar la "fusión" con la otra persona, entendida esta como una superposición de mis límites a los del otro.
Es posible que no perciba con claridad cuales son mis sentimientos, deseos, necesidades ni otros aspectos de mi vida interior, y tampoco cuales son los de la otra persona.
Estas relaciones "fusiónales " o "simbióticus " son especialmente abundantes en las parejas donde, como decíamos más arriba, se confunde intimidad con decir a todo "si", no mostrar desacuerdo y tener los mismos gustos.
Incluso a veces sorprende que cada miembro por separado solo puede expresar sus gustos y opiniones usando el "nosotros ": "a nosotros nos gusta todo lo relacionado con la naturaleza ". "no estamos de acuerdo con ese pensamiento ", "lo queremos es no malcriar a nuestro hijo ". Como si usar el "yo " se percibiera como una traición a la otra persona o un amenaza a la unión existente.
Hay que partir de la base de que en una relación de pareja hay tres vidas: la vida de uno, la vida del otro y la vida que se tiene en común. Las vidas particulares de cada uno han de ser negociadas, aceptadas y respetadas por el otro.
Pero cuando se consideramos un acto de egoísmo tener nuestro propio "territorio", o se interpreta la autonomía del otro como una perdida del amor, es fácil que en una relación la falta de identidad nos lleve a sentirnos engullidos/as. vacíos/as. perdidos/as...
Otro ámbito en el que el efecto de unos límites difusos y permeables suelen ser causa de conflictos es en la relación con los hijos. Debido a que muchos padres y madres han vivido bajo un modelo educativo donde los límites eran muros rígidos y el niño no tenía casi espacio, es frecuente que se intente no caer en el mismo error pero pasándose al lado opuesto igualmente perjudicial.
Si los padres usan unos límites demasiado flexibles es probable que no sean capaces de proteger sus propias necesidades, y los niños pueden transformarse en seres egoístas y no aprenden a respetar las necesidades de los demás.
Por otro lado, se ha podido comprobar que los límites ayudan a desarrollar el sentido de seguridad en los hijos, aprenden que hay cosas que no están permitidas y que los padres se encargarán de señalárselas.
Un niño que crece sin límites se hace especialmente vulnerable a la frustración en la vida adulta, ya que de mayor es imposible que la vida les conceda todo lo que piden.
Por mucho que nos empeñemos, a veces la falta de límites y el apego excesivo no conduce a relaciones más satisfactorias.
Estas surgen del conocimiento mutuo, de la apreciación de los defectos y diferencias de cada uno, y del echo de aceptar al otro a pesar de ellas.
El intento de pensar y sentir como la otra persona, ya sea esta mi pareja, mi hijo/a. amigo/a. suegra/o o compañero/a de trabajo, hace que ninguno de los dos podamos realmente conocernos.
Transitoriamente nos podemos engañar pensando que coincidimos en todo con la otra persona, que podemos sentirnos seguros porque esta se comporta según mis expectativas o a mi me resulta fácil ser "un calco" de ella, pero con el tiempo las diferencias aparecen, y si no estamos preparados para negociar los límites de la relación el conflicto estalla con toda seguridad.
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