Un signo evidente de consciencia y sabiduría es la capacidad de elegir cómo nos tomamos las cosas que nos pasan.”
(Anthony de Mello)
La nueva realidad requiere que cambiemos de mentalidad, abandonando la postura victimista y reactiva a una nueva mentalidad sustentada en la responsabilidad y la proactividad.
El cambio de mentalidad individual es el motor de la transformación de las empresas y del sistema en el que vivimos.
Así, en la medida en que este proceso se vaya extendiendo y consolidando, lenta pero paulatinamente vamos a presenciar el amanecer de la denominada «sociedad orgánica». Es decir, una sociedad construida sobre los principios y valores éticos con los que conectamos cuando vivimos desde nuestra verdadera esencia.
Para saber si estamos operando según los parámetros del viejo o del nuevo paradigma basta con verificar si nuestra actitud general frente a la vida es el victimismo o la responsabilidad.
Y en consecuencia, si nuestro estado de ánimo está condicionado por la reactividad, el conflicto y el sufrimiento o más bien por la proactividad, la aceptación y la felicidad.
Dicho de otra manera: ¿Somos de los que nos quejamos cuando el agua de la ducha sale fría, o de los que valoramos y agradecemos cada vez que sale caliente?
Al igual que en una habitación la oscuridad no puede cohabitar con la luz, al asumir la responsabilidad personal el victimismo va perdiendo fuerza y protagonismo.
Y poco a poco van desapareciendo las protestas, las lamentaciones, las críticas, los juicios, las quejas y demás actitudes ineficientes que tanto cianuro vierten en nuestro organismo.
Como resultado, lo que nos queda son pensamientos y comportamientos originados desde la comprensión y la aceptación de que nuestras circunstancias son como son.
Dado que no podemos cambiar ni controlar lo que nos sucede –o de afuera–, el reto es aprender a poner nuestro foco de atención en lo de adentro.
Es decir, en la actitud que tomamos frente a los hechos en sí. No en vano, la responsabilidad es la habilidad de responder.
Y como cualquier otra capacidad, podemos cultivarla por medio del entrenamiento diario.
En este sentido, comencemos haciéndonos una simple pregunta: ¿de qué manera somos co-creadores y corresponsables de las situaciones adversas que afrontamos en nuestro día a día?
DECISIONES Y CONSECUENCIAS
“Hemos levantado la estatua de la libertad sin haber construido primero la de la responsabilidad.”
(Viktor Frankl)
En caso de que alguien nos insulte con rabia, por ejemplo, asumir la responsabilidad consiste –en primer lugar– en aceptar que quien nos ha insultado tiene todo el derecho a hacerlo, de la misma manera que nosotros tenemos todo el derecho de insultar a quien queramos.
Así, los seres humanos somos 100% libres de hacer lo que queramos –en eso consiste el libre albedrío–, pero 0% dueños de las consecuencias que tienen nuestras decisiones y nuestros actos.
Partiendo de esta premisa, lo primero que conseguimos al asumir la responsabilidad es no reaccionar ante el insulto.
O más concretamente: no perturbarnos por lo que la otra persona –esté en lo cierto o no, y más allá del tono emocional con el que se exprese–, ha dicho acerca de nosotros.
Al conectar y vivir desde nuestra verdadera esencia, podemos elegir la manera de tomarnos las cosas que nos suceden.
De ahí que con la práctica y el entrenamiento escojamos afrontarlas con serenidad y aceptación.
Principalmente porque es lo mejor que podemos hacer para preservar nuestro bienestar. Encarar lo que nos pasa con una actitud defensiva y beligerante no sirve para solucionar nada.
Más bien complica y agrava la situación. La lucha y el conflicto tan sólo dan como resultado más lucha y más conflicto. Y en consecuencia, más sufrimiento.
Siguiendo con el ejemplo de la persona que nos ha insultado, al aceptar esta situación y no reaccionar, el insulto deja de tener poder sobre nosotros.
Y al no tomárnoslo como algo personal, ni siquiera lo recibimos. Dado que nuestro estado de ánimo no se ha visto afectado por el insulto, no sentimos la necesidad de defendernos ni de atacar.
Esencialmente porque tampoco tenemos la noción de que exista ningún agresor. Es más, al ver e interpretar la escena con objetividad y neutralidad, lo único que percibimos es una persona que al lanzar un insulto con rabia, primera y únicamente se ha dañado a sí misma.
Más que verdugo, nuestro supuesto agresor ha sido en realidad víctima de su incompetencia emocional.
Esta es la razón por la que al entrenar el músculo de la responsabilidad, no reaccionamos al odio con más odio, sino que respondemos al odio con comprensión.
Es decir, empatizando con el ser humano que tenemos delante, asumiendo que lo está haciendo lo mejor que sabe en base a su grado de entendimiento, a su estado de ánimo y a su nivel de consciencia. Y que el hecho de insultarnos no se debe a la maldad, sino a la ignorancia.
Por más que no estemos de acuerdo con el insulto, la otra persona –al igual que nosotros– está en su derecho de cometer errores para aprender y evolucionar.
En el caso de contar con información veraz, energía vital y entrenamiento, seguramente actuaría de una manera más constructiva, ahorrándose la desagradable ingesta de chupitos de cianuro.
ENLACE:
Exelente lección, la asumo, a menudo reaccionamos de de acuerdo a nuestras creencias, precisamente creyendo que estamos del lado del bien, de la razón y el otro esta equivocado, o es inferior, o lo tildamos de ignorante y merece nuestra crítica, desprecio o que lo ignoremos. Consciencia.
ResponderEliminarAsí es .Exacto.
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