A veces culpamos a los demás por nuestra vida o por nuestras circunstancias.
Quizá sea más fácil culpar a los demás que asumir el compromiso del crecimiento y aprendizaje. Sin embargo, cuando esto sucede, eludimos la responsabilidad de nuestra realidad y el precio que pagamos es muy caro: la pérdida de la libertad para explorar opciones y tomar decisiones.
Nadie nos hace sentir nada , ni nos quita nuestro poder interno si nosotros no le damos el poder para hacerlo.
Aunque nada cambie ,si yo cambio ,todo cambia decia Marcel Proust.
Podemos pensar que somos víctimas de las circunstancias y aceptar de mal grado nuestra existencia. O podemos reconocer nuestra responsabilidad y, utilizando nuestro poder de decisión ,comenzar a influir en la creación de nuestra historia. El uso de esa capacidad nos
convierte en seres responsables.
No somos nuestros sentimientos. No somos nuestros estados de ánimo. Ni siquiera somos nuestros pensamientos.
La autoconciencia nos permite distanciarnos y examinar incluso el modo en que nos vemos: ver el paradigma de nosotros mismos, que es el más fundamental para la efectividad.
Victor Frankl, un psicólogo judío educado en la tradición de la psicología freudiana (según la cual, lo que nos sucede de niños forma nuestro carácter y personalidad) estuvo encerrado en un campo de concentración nazi, donde tuvo que soportar las cosas más repugnantes imaginables.
Sus padres, su hermano y su mujer murieron en los campos, en las cámaras de gas. Con excepción de su hermana, Frankl perdió a toda su familia y además fue torturado y humillado.
Un día, desnudo y solo en una pequeña habitación comenzó a tomar conciencia de lo que denominó “la libertad última”, esa libertad que sus carceleros nazis no podían quitarle.
Ellos podían controlar todo su ambiente, hacer lo que quisieran con su cuerpo, pero el propio Victor Frankl era un ser autoconsciente capaz de ver como observador su propia participación en los hechos.
Su identidad básica estaba intacta. En su interior él podía decidir de qué modo podía afectarle todo aquello.
Entre lo que le sucedía, o los estímulos y su respuesta, estaba su libertad o su poder para cambiar esa respuesta.
Los nazis tenían más libertad exterior pero él tenía más libertad interior, más poder interno para ejercitar sus opciones. Se convirtió en un ejemplo para quienes lo rodeaban, incluso para algunos de los guardias. Ayudó a otros a encontrar un sentido en su sufrimiento y dignidad en su vida de prisioneros.
En las circunstacias más denigrantes, Frankl uso el privilegio humano de la autoconciencia para descubrir un principio fundamental: entre el estimulo y la respuesta, el ser humano tiene la libertad de elegir.
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