Ojos que se miran casi sin parpadear, respiraciones acompasadas, corazones latiendo en rápida frecuencia.
Un leve contacto con las puntas de los dedos que produce impactos sensoriales
infinitos, la certeza de disfrutar de un bienestar perfecto y la sensación de
estar suspendidos en otra dimensión, muy lejos del entorno; querer continuar
así para siempre.
Quienes no experimentaron esto, con algunas variantes en intensidad, es porque nunca estuvieron enamorados. El enamoramiento es magia, es energía pura y transformadora tanto para el hombre como para la mujer.
Pero también es el
resultado de una serie de combinaciones de sustancias químicas que se producen
en el cerebro y que se distribuyen a través del sistema circulatorio y nervioso
produciendo respuestas biopsicoespirituales.
El enamoramiento puede producirse a cualquier edad y es como la
combinación sofisticada de una caja fuerte; se produce por mensajes sutiles que
envían y reciben todas las personas pero que solamente captan muy pocas,
produciéndose de repente el click que abrirá las compuertas y dará comienzo a
la maravilla de una conexión intensa pero también fugaz.
Los neurofisiólogos han descubierto que las sustancias productoras de la
borrachera del enamoramiento, como la Occitocina, la Testosterona y la
Dopamina, entre otras, necesitan de nuevos estímulos sensoriales para poder
permanecer circulando en la sangre; de otro modo se disuelven en el torrente
sanguíneo y desaparecen a los pocos meses.
De acuerdo a estos hallazgos, las personas que tienen el privilegio de
sentirse enamoradas, deben continuar produciendo y recibiendo durante todo el
tiempo posible, aquellos mensajes e incentivos que lograron el primer impacto
del enamoramiento; no deberían pensar que las sensaciones continuarán por siempre
en forma automática porque, sin estímulos, las mismas se agotarán.
Una persona puede enamorarse casi sin conocer verdaderamente a la otra persona, ya que ha querido prendarse solamente de lo que la otra le quiso mostrar.
Independientemente del resto de los aspectos que conforman su compleja humanidad.
Por eso el enamoramiento puede compararse a la combinación de una
caja fuerte, porque si bien es necesaria para abrir la puerta misteriosa cuando
el deseo y la curiosidad se imponen, se utiliza durante un tiempo muy breve y
cuando la puerta se abrió y se descubre lo que hay adentro, solamente
continuará siendo útil si el tesoro interior nos alienta a volver a cerrar la
puerta una y otra vez, por el puro placer de volver a descubrirlo y disfrutarlo
ad infinitum.
Si lo que hay adentro no nos resulta valioso, ya no estaremos tan
interesados en ser los poseedores del mismo ni en memorizar la combinación.
Cuando logramos apreciar y apegarnos a la mayor parte de los aspectos del otro ser y obtenemos una gratificante reciprocidad.
Cuando ambas partes
pueden lograr un funcionamiento fluido, flexibilizando las conductas y los egos
y, cuando estas actitudes compartidas siguen impactando sensorialmente a ambos,
se logra que el enamoramiento inicial, puesto a prueba por las acciones en el
tiempo, vaya adquiriendo mayor fuerza.
La química neuro hormonal sumará entonces sensaciones de seguridad, tranquilidad, confianza, autoestima, gracia y entusiasmo entre otras y las endorfinas sexuales de la pasión y de la ternura lograrán que el apego aumente, conduciendo a los enamorados a un círculo virtuoso de reiteración de conductas que lo nutrirán y reforzarán una y otra vez.
Cuando a esto se agregan
componentes racionales, estamos en presencia del amor maduro.
El amor no es una borrachera hormonal que promueve la autogratificación; por el contrario, impulsa a priorizar el bienestar del otro, a cuidar al ser amado, a protegerlo y a realizar acciones concretas que contribuyan a ello.
Cuando estas acciones son recíprocas, es cuando dos enamorados individuales
comienzan a formar una pareja.
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