Las noticias y los consejos acerca de cómo aumentar nuestros niveles de felicidad y sentirnos más serenos se multiplican en los medios de comunicación día tras día.
Será porque vivimos en una sociedad crónicamente estresada, o
será porque cada vez somos más conscientes de las repercusiones del bienestar
psíquico en la salud. Pero tanta propuesta, a veces, puede acabar por
abrumarnos y producir el efecto contrario. ¿Quién tiene tiempo, con las
apretadas agendas que solemos llevar, para hacer aún más cosas?
Sin embargo, existe una receta muy sencilla, que apenas requiere tiempo
y esfuerzo y que produce grandes transformaciones en quien se la aplica. Se
trata de entrenar nuestra capacidad de asombro, de buscar oportunidades diarias
para maravillarnos con la realidad que nos rodea.
Que se nos ponga la carne de gallina o nos quedemos boquiabiertos ante
algo o alguien ya supone una experiencia importante por sí misma. Pero es que,
además, un número creciente de investigaciones sugiere que el asombro conlleva
un amplio rango de beneficios en la sensación de felicidad y en la salud, e
incluso algunos inesperados como la generosidad, la humildad y el pensamiento
crítico.
La capacidad de asombro o la experiencia de maravillarse sucede de
muchas maneras. Una puesta de sol que nos quita el aliento, la vista desde lo
alto de una montaña en un día claro, escuchar una melodía que nos conmueve,
mirar a los ojos a un recién nacido, leer un poema que nos toca el alma,
sentirse uno con una multitud en un concierto o en un acontecimiento deportivo,
escuchar la risa de tu hijo, pasear por un campo de cerezos en flor…
Las experiencias de asombro y sobrecogimiento son diversas, pero los
estudiosos han comprobado que tienen algunas cosas en común. Una que llama la
atención es que las personas que se exponen a situaciones que les maravillan
favorecen su altruismo, pues tienden a darse menos importancia personal, a
tomar decisiones más éticas y a mirar por el bien de la comunidad.
Muchos beneficios asociados
Otros beneficios del asombro, según diferentes estudios, son: menos
estrés, más presencia, más inteligencia, más creatividad, menos egoísmo, más
bondad, más generosidad y más conciencia del medio ambiente.
En nuestras ocupadísimas vidas es probable que las oportunidades para experimentar el asombro se nos escurran entre los dedos.
Nos apresuramos todo el tiempo, sin pararnos lo suficiente para permitirnos la posibilidad de la maravilla. No en vano se estima que en 2019 una de cada cinco bajas de larga duración en el trabajo se debió al estrés.
En solo diez años, el número de
ausencias relacionadas con la salud mental aumentó del 30 al 48%, y aún está
por ver cuál será el mapa del estrés y las enfermedades mentales una vez
hayamos superado lo peor de la pandemia.
Nuestros dispositivos “inteligentes” nos roban, sin que nos demos cuenta, un tercio del tiempo de nuestros días. Esto, sumado a muchas otras circunstancias, nos está convirtiendo en seres cada vez más individualistas.
Si caminamos con los ojos pegados a la pantalla es difícil poder
maravillarse.
Así las cosas, no resulta tan raro que no tengamos a menudo la oportunidad de sentirnos cautivados por una pieza musical sublime o que el contacto con la naturaleza haya sido sustituido por el consumismo.
Medimos el
éxito más por el estatus que proporciona o por los resultados que obtenemos que
por el puro placer de vivir. Y así, nos estamos perdiendo algo muy valioso
mientras estamos ocupados haciendo quién sabe qué. Una vida estresada es una
vida en la que no hay espacio para maravillarse.
Y sin embargo, eso es justo lo que necesitamos. No solo para disfrutar más y estresarnos menos, sino también para estimular el asombro y la curiosidad.
La ciencia lo ha demostrado, pero cualquier padre puede dar fe de ello, pues los niños son maestros del asombro. ¿Alguna vez se han fijado en la actitud de un niño de tres o cuatro años?
Las criaturas viven en un estado de
perpetuo asombro, descubriendo el mundo y preguntándose (y preguntándonos)
constantemente “¿por qué?”. Esta es la misma actitud que comparten la mayoría
de los genios.
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