La diferencia entre el sexo casual y el sexo entre dos seres que se aman es indiscutible.
Mientras el primero consiste a menudo en la coincidencia
de dos extraños que comparten efímeramente la misma piel, el segundo aspira a
ser un encuentro basado en la expresividad y la cercanía, ya no sólo por el
simple gozo del contacto físico sino por el placer que produce ser visto,
sentido y amado.
No obstante, el amor no impide que pueda llegar a existir un largo trecho entre lo que las parejas ansían experimentar en el sexo y lo que realmente encuentran.
Deseamos sentir que cada fibra del cuerpo cobra vida a
través de una conexión plena con el otro, sin embargo, la intención de alcanzar
ese estado de éxtasis se ve frustrado cuando el sexo se limita a un acto
mecánico que atiende sólo a lo evidente, dejándose de lado la importancia de
cultivar un aspecto fundamental: la intimidad.
Es importante no confundir la intimidad física con la intimidad
emocional, ya que de la misma forma en que no toda relación sexual conlleva un
vínculo emocional, no siempre la conexión emocional conduce a un encuentro
sexual.
No es un secreto que el sexo tiende a ser más placentero cuando ambos
miembros de la pareja se permiten experimentar al máximo sus emociones, pero la
intimidad no se refiere sólo al grado de intensidad con que dos personas se
aman o se desean, pues incluso donde el amor y la atracción física abundan
puede escabullirse la sensación de estar llevando una vida sexual
insatisfactoria.
De modo que la intimidad no es cuestión de cercanía física ni de la
autenticidad del amor pueda existir en la pareja, se trata más bien de un
vínculo emocional que nos permite compenetrarnos con el ser amado, confiar en
él como quien confía en su propio reflejo y ver en su cuerpo un destino, un
hogar al que se ansía tanto llegar que el sexo se convierte en una travesía en
lugar de un intercambio monótono.
Estudios sugieren que la intimidad emocional en las parejas se ve reforzada a partir de la adopción de tres hábitos: el contacto visual durante un espacio de tiempo prolongado, las risas compartidas y el intercambio de sentimientos y emociones.
Las preguntas orientadas a aumentar la sensación de
apertura, como “¿cuáles son tus miedos?” y “¿por qué sientes mayor gratitud?”
también suelen tener un efecto positivo.
Para el psicólogo Erik Erikson: “La intimidad no es sino la capacidad de fusionar la propia identidad con la de alguien más sin miedo a perderse en el camino”, un grado de proximidad que va estrechamente ligado a la confianza y, por ende, a la comunicación.
Cuando una pareja — incluso una que se ama —
carece de una conexión emocional sólida basada en estos elementos, el miedo a
la vulnerabilidad, entre otros factores, entorpecen el disfrute del encuentro
sexual.
Una intimidad emocional deficiente también afecta negativamente el sexo en la pareja porque debilita un aspecto primordial: la transparencia.
O dicho
de otra forma: la capacidad para decir con exactitud, absoluta libertad y
franqueza cómo nos sentimos respecto a nuestra vida sexual y al rol que
desempeñamos. Si nos gustaría probar cosas distintas, por ejemplo, o aumentar
la frecuencia de la práctica sexual.
El sexo, al igual que el arte, es un acto expresivo y no represivo, de
manera que cualquier limitación o imposición conduce irremediablemente a una
negación del placer…
Una experiencia sexual vaga.
La aceptación y conexión con el propio cuerpo, de manera que la desnudez
no resulta incómoda y se posee un grado de autoconocimiento tal que es posible
orientar a la pareja en relación a los estímulos que producen mayor excitación.
La apertura a nuevas experiencias, vista como la vía a través de la cual
se evita caer en la rutina poniendo en práctica recursos alternativos, como los
masajes eróticos, las caricias, las fantasías compartidas y los juguetes.
Gran parte de la desconexión que ocurre durante la intimidad se debe a la presión de sentir que uno debe conseguir un logro o desempeñarse de cierta forma.
Ya sea que se trate de tener un orgasmo, aparentar o ser percibido de
una manera determinada por el ser amado, eso nos distrae de la belleza y el don
sagrado del momento presente. Si no nos sintiéramos presionados por alcanzar
algo durante la intimidad, ¿qué tan hondo podríamos dejarnos ir, disfrutar y
sumergirnos en nuestra pareja?
Por
(Bernardo Méndez).
Para Méndez, ser capaces de usar el sexo como un medio de expresión del amor y la entrega nos abre las puertas a la posibilidad de hallar en el acto sexual una experiencia de crecimiento espiritual y desarrollo personal.
No
obstante, para llegar a este punto resulta indispensable separarnos de
limitaciones por lo común autoimpuestas y atrevernos a hablar del sexo
abiertamente, permitiéndonos acudir a él como a un escondite que sólo admite la
presencia de dos cómplices.
El sexo concebido como la visita de dos amantes a una isla desierta que,
a raíz de su llegada, adquiere identidad, propósito y esencia… Es la auténtica
naturaleza del encuentro sexual, la primavera del placer y el discurso del
éxtasis.
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