CINCO HERIDAS EMOCIONALES DE LA INFANCIA QUE PERSISTEN CUANDO SOMOS ADULTOS






Todos arrastramos heridas emocionales de la infancia que de una forma u otra interfieren en la manera en la que nos relacionamos como adultos. Existen heridas que dejan pequeñas cicatrices y otras que, sin embargo, son mucho más profundas y determinan nuestro ámbito personal y laboral.

Las heridas de la infancia conllevan una máscara que utilizamos de manera inconsciente y automática para protegernos del mundo exterior. Así lo asegura la coach María García, enfatizando que según las que suframos de pequeños actuaremos de determinada manera.

Betsy Espinoza, psicóloga clínica especializada en adultos y parejas, sostiene por su parte que sanarlas no implica hacer que desaparezcan, sino aprender de ellas haciendo las paces con nuestro pasado y responsabilizándonos lo sucedido en la edad adulta.

Lo importante, en cualquier caso, es reconocer que existen e identificarlas; darnos cuenta de que cómo nos afectan en nuestro presente para comprender la necesidad de enfrentarse a ellas. Analizamos las cinco grandes heridas de la infancia de la mano de dos expertas en la materia:

1. Herida de abandono
García expone que la herida de abandono se vive con el progenitor del sexo opuesto:

 "Estas personas no se sienten cuidadas ni arropadas por esa figura en su niñez y eso les hace crecer con muchas carencias afectivas, como pueden ser la falta de atención, de cariño, de seguridad... que normalmente les lleva a meterse en relaciones de pareja basadas en la dependencia, esperando que esa persona cubra esas carencias que les vienen de la infancia.

 Puede haber un abandono físico real o emocional si el padre o la madre es distante, frío o inaccesible emocionalmente".

La emoción principal de esta herida es la de tristeza y el mayor miedo es la soledad.

 Es decir, hacen lo que sea para no volver a sentirse abandonadas o para no sentirse solas: "Como no sienten ese amor, creen que no son dignas de él, que no lo merecen y por eso crecen creyendo que no podrán protegerse solas, ni hacerse cargo de sí mismas. 

Suelen ser personas muy negativas y sufridoras que asumen el papel de víctima.

 Complacen, se adaptan y se pierden en la otra persona. En sus relaciones suelen hacer el papel de sumisas y llegan a tolerar demasiado, con tal de que esa persona no las deje, para no vivir de nuevo ese abandono y conectar con su mayor miedo, estar solas".

2. Herida de rechazo
La herida de rechazo se suele producir con el progenitor del mismo sexo. García reconoce que es una de las heridas más dolorosas ya que el rechazo se produce es hacia uno mismo: "Cuando esto ocurre, el mayor deseo es desaparecer, ya que no te sientes alguien valioso ni suficiente. 

Digamos que te sientes invisible y no tienes nada que aportar al resto. Por eso, te esfuerzas por convertirte en un ser perfecto, creyendo que así te aceptarán".

Explica que este tipo de personas tienen miedo al fracaso y no toleran cometer errores, les cuesta poner límites y sienten una gran culpabilidad cada vez que le dicen a alguien "no": "También les cuesta mostrar sus sentimientos porque piensan que si los muestran le podrán rechazar".

3. Herida de humillación
"La herida de humillación es muy profunda", advierte la psicoterapeuta Betsy Espinoza. Nos explica que se da en los niños cuando sienten que sus padres les ridiculizan o se avergüenzan de ellos. 

Pueden ser con pequeños detalles como que se haya ensuciado, que se le haya roto el pantalón mientras jugaba... y les suelen ridiculizar en público.

En la edad adulta, por tanto, la experta concluye que anulan sus necesidades y se centran en complacer las de los demás. Aceptan la vejación y se sienten inferiores. En definitiva, esa culpa y vergüenza que sienten les impide aceptarse y cuidarse.

4. Herida de traición
Espinoza advierte que la herida de traición se forma cuando sentimos que de niños nuestros padres o tutores no mantuvieron sus promesas o traicionaron nuestra confianza.

 Además, piensan que es mejor no mostrar su vulnerabilidad para que los demás no se aprovechen y le controlen.

En este escenario, al llegar a adultos viven controlando todo lo que ocurre a su alrededor y se encuentran en hipervigilancia de manera constante. 

Son muy exigentes en sus relaciones y tremendamente desconfiados. En definitiva, es una herida que suele estar asociada a la del abandono.

5. Herida de injusticia
La herida de injusticia especialmente se genera entre los 4 y 6 años. Es la consecuencia de padres fríos y rígidos, que impusieron una educación autoritaria y no respetuosa hacia sus hijos.

En este escenario, cuando el niño llega a la edad adulta se exige mucho a sí mismo, creyendo que se le aprecia por lo que hace y no por lo que es... o cuando es sólo de determinada manera. 

Como conclusión, les cuesta comprometerse y temen equivocarse. También esconden lo que sienten y les cuesta expresar sus emociones.

Cómo sanar una herida emocional.
Teniendo en cuenta que nuestros padres lo hicieron lo mejor que pudieron, con las herramientas y recursos que tuvieron, sería contraproducente quedarse en el victimismo y culpabilizarles toda la vida.

"Cuando leemos que las heridas las vivimos con nuestros padres aparece un sentimiento de resentimiento, de rencor hacia ellos, les hacemos culpables y me parece importante aclarar que los padres lo hacen lo mejor que pueden con las herramientas de las que disponen y ellos también tienen sus heridas, por eso nos las pasan y es importante sanar las nuestras para no
traspasarlas a la generación posterior", aclara García.

Las expertas consultadas coinciden en que debemos responsabilizarnos de lo ocurrido durante la infancia en la edad adulta y concluyen que todas las heridas emocionales de la infancia pueden ser sanadas.


"Lo ideal es trabajarlo con un profesional especializado en el tema", aseguran. Y recalcan que sólo sanándolas podremos vivir en libertad, eligiendo sin cadenas ni creencias que nos dañan y limitan.
Enlace:


Comentarios