Escrito por Luis Martínez-Casasola Hernández
Esto es lo que pasa en nuestra mente cuando tenemos sentimientos
encontrados.
Todos hemos vivido situaciones en las que nuestros sentimientos eran
confusos, ya que iban en una dirección pero también en otra.
Son los sentimientos encontrados. Vamos a tratar de entender mejor en
qué consiste este fenómeno, revisando algunos ejemplos y situaciones
cotidianas. Aprenderemos también algunos de los mecanismos psicológicos que hay
detrás y también cómo afrontarlos.
¿Qué son los sentimientos encontrados?
Hablamos de sentimientos encontrados cuando una persona experimenta
emociones ambivalentes ante un estímulo, ya sea una situación, una persona,
animal u objeto.
Dicho elemento estaría generando a ese individuo una
emocionalidad múltiple, haciendo por lo tanto que tenga sensaciones que parecen
ir en direcciones diferentes y en ocasiones hasta parecer totalmente opuestas,
como el amor y el odio.
Ante una situación así, la persona se siente confusa, pues los
sentimientos encontrados generan una inestabilidad, pues el individuo pierde la
guía que normalmente las emociones le proporcionan.
En estos casos, deja de
saber cómo actuar en función de la emoción que están sintiendo, pues no es solo
una, sino que son dos e incluso a veces más o bien son tan difusas que no es
capaz de identificarlas.
Experimentar sentimientos encontrados es, por tanto, atravesar un
laberinto emocional que fatiga la mente del que lo está viviendo, pues ha de
convivir con sensaciones muy diversas en torno a algún elemento de su vida.
Algunas de ellas le impulsan a acercarse mientras que otras le ordenan que haga
lo contrario. Ante una situación así, es lógico que la persona sienta esa
desorientación.
¿Por qué ocurre este fenómeno psicológico?
Pero, ¿cómo puede darse una situación tan paradójica, la de los
sentimientos encontrados, en un ser racional como somos los humanos?
La
respuesta es sencilla. Por muy racionales que seamos, seguimos siendo también
seres emocionales. La razón se rige por leyes lógicas, pero las emociones no.
Aunque podemos modularlas (precisamente a través de la razón), en ocasiones es
muy complicado controlar la aparición de una emoción concreta.
La vida es extremadamente compleja. Son tantas las variables que afectan
a cada estímulo que en muchas ocasiones ocurre que algunas partes relacionadas
con ese elemento concreto nos resultan agradables y por lo tanto nos impulsa a
acercarnos a él, mientras que al mismo tiempo existen dimensiones de ese mismo
estímulo que son desagradables e incluso aversivas para nosotros, provocando el
rechazo.
¿Qué ocurre entonces? ¿La persona se deja llevar por una emoción o por
la otra?
Generalmente vencerá la más intensa, salvo que la razón tenga algo que
decir al respecto.
Es ahí donde entra en juego nuestra parte racional. Es más
fácil que esto ocurra cuanta menos fuerza tenga la emoción a la que tratamos de
“vencer”, pues si aumenta tanto de intensidad como para desbordarnos, incluso
la razón podría verse comprometida.
Los sentimientos encontrados ocurren muchas más veces de lo que
pensamos, pero en la mayoría de los casos una de las emociones es
sustancialmente más intensa que la otra, por lo que la más débil quedará
eclipsada y en ocasiones ni siquiera la detectaremos.
Qué hacer frente a los sentimientos encontrados
Ya hemos visto lo significa tener sentimientos encontrados y el malestar
que en ocasiones le pueden generar a la persona que los experimenta.
¿Qué
podría hacer un individuo que se encuentra en esa situación para poder
encontrarse mejor? En primer lugar, sería positivo que la persona dedicara un
tiempo a realizar un ejercicio de introspección que le permitiera identificar
todas las emociones que está experimentando.
No es el momento de hacer juicios acerca de si cada una de estas
emociones es buena o mala por sí misma.
Una vez hemos completado la lista,
podemos repetir el ejercicio pensando esta vez en una situación concreta en la
que ese estímulo ha estado presente. Ahora es momento de explorar más a fondo
los sentimientos encontrados y evaluar si cada una de esas emociones fue
provocada por el estímulo o por la situación en sí.
Continuaremos indagando para conocer qué fue exactamente lo que provocó
que nos sintiéramos de la manera que hemos identificado. Para ello podemos
anotar en otra columna el que creemos que fue el origen de cada una de esas
sensaciones, para así ver exactamente de dónde procedía y comprobar que no
hemos asignado ninguna de manera automática al estímulo original.
En este punto podemos llegar a darnos cuenta de que cierta emoción que
nos provocaba malestar en realidad no provenía directamente del elemento que
creíamos, sino que había sido generada por una situación contextual y
automáticamente la habíamos asociado con el estímulo.
En el caso de las personas y los sentimientos encontrados hacia ellas,
podemos caer en el llamado proceso de transferencia, que consiste en asignarles
unas emociones que en realidad nos provocaba otra persona, simplemente porque
nos recuerdan a ella.
En estos casos también es útil realizar esa introspección
de la que hablábamos y comprobar si los sentimientos son genuinos por este individuo
o en realidad vienen generados por un tercero.
Tras explorar los orígenes de los sentimientos encontrados, es el
momento de intentar poner una solución. Si hemos identificado una emoción que
nos es desagradable, podemos ir hasta el origen para tratar de convertirla en
otra que nos resulte más positiva.
Por ejemplo, si un sentimiento negativo
proviene de un comentario concreto que una persona nos hizo en un momento dado,
podemos tratar de hablar con dicha persona sobre ello.
Otro buen ejercicio es hipotetizar escenarios en los que exploramos los
pros y los contras de cada solución que se nos ocurra. Por ejemplo, podemos
evaluar las consecuencias de comentarle a la persona que nos ofendió lo que nos
hizo sentir, las consecuencias de hablarlo con un tercero, las consecuencias de
no hacer nada, etc.
De esta manera contaremos con toda la información sobre la mesa para
poder tomar una decisión fundamentada. Así podremos elegir la vía que más nos
convenza, e incluso tendremos listas el resto de opciones en el caso de que la
primera elección no prosperase y siguiésemos teniendo sentimientos encontrados
sin resolver.
El trabajo de introspección es muy potente y productivo, pero a veces es
posible que necesitemos la ayuda de una persona ajena a toda esta situación
para encontrar nuevos puntos de vista que tal vez se nos están escapando.
Por
eso no debemos descartar el buscar la objetividad que otorga un individuo
externo si creemos que la labor que estamos haciendo no está generando los
buenos resultados que esperaríamos.
En los casos en los que la situación está generando un gran malestar y
no seamos capaces de encontrar esa mejoría, el consejero que estamos buscando
podría no ser otro que un terapeuta psicológico. Sin duda, con las herramientas
que este profesional le proporcionará, la persona encontrará el alivio que
necesita.
El caso de la disonancia cognitiva
Hemos hecho un recorrido sobre las diferentes facetas de los
sentimientos encontrados así como la metodología para poder resolverlos de la
manera más satisfactoria posible.
Vamos a conocer ahora el caso de la
disonancia cognitiva, un fenómeno que, aunque tiene matices diferentes, tiene
bastante que ver con los sentimientos encontrados, por lo que merece una
mención aparte.
La disonancia cognitiva también implica un malestar en el individuo,
pero en este caso está generado por la tensión entre dos o más pensamientos o
creencias, que entran en conflicto respecto a una situación o estímulo
determinado. Vemos, por lo tanto, el parecido que guarda con el objeto de este
artículo.
Se trata de un concepto acuñado por Leon Festinger y se refiere a la
necesidad de coherencia que tiene el ser humano entre lo que sienten, lo que
piensan y lo que hacen, es decir, entre creencias, pensamientos y conductas.
Cuando esta coherencia se ve comprometida, por ejemplo porque nos vemos
obligados a realizar una tarea que va en contra de aquello que pensamos, es
cuando aparece la disonancia cognitiva.
Esta disonancia puede llevar a la persona a intentar autoengañarse,
haciéndole creer que en realidad sí le parece correcta la conducta que está
realizando, ya que sus creencias estaban equivocadas. Trata de encajar las
piezas para así ver reducido el malestar que está sufriendo, de ahí que una de
las vías de las que se sirva para ello sea la de la mentira, a través del
autoengaño.
Por lo tanto, la disonancia cognitiva sería un fenómeno psicológico
independiente pero que guardaría cierta relación con los sentimientos
encontrados, aunque estos se diferenciarían fundamentalmente en que, tal y como
dicta su nombre, hacen referencia únicamente a los sentimientos o emociones.
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