LOS “SENTIDOS” DE NUESTRO ESTÓMAGO




Memoria: 
La proteína que quema la grasa corporal se encarga también de la memoria; por eso los obesos son más propensos a la demencia.

Bienestar: 
El estado de ánimo se aloja en el estómago, ya que ahí se produce y almacena el 90% de la serotonina, la ‘hormona de la felicidad’.

Sueño: Cuando relajamos las tripas, nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, que relajan e inducen el sueño.

Estrés: Ante una emergencia, el cerebro toma energía del intestino. Las tripas se ‘rebelan’ y envían señales como malestar estomacal.

Gula: Las billones de bacterias que se alojan en el intestino eligen sus propios nutrientes para prosperar: a veces son más golosas que tú.

Miedo: El pánico hace que el cerebro espante al intestino grueso. Éste ya no dispone de tiempo para absorber líquido y el resultado es diarrea.

¿Cómo se relaciona el intestino con el cerebro?

(Rodrigo Hurtado. Inmunólogo. Académico de la Escuela de Medicina en la Universidad de Georgetown)

Las investigaciones una vez más refuerzan la sabiduría ancestral del padre de la medicina, Hipócrates: fue él, 400 años antes de Cristo, quien habló de que todas las enfermedades comenzaban en el intestino.

Hoy podemos decir que son tremendos los progresos que ha habido en la comprensión de la fisiología del intestino y en cómo la alimentación influye en su funcionamiento. Y estos estudios –preclínicos y clínicos–nos muestran una compleja relación entre lo intestinal y la salud del resto del cuerpo. Incluso con el cerebro y nuestro sistema nervioso. 

De ahí que un intestino sano es también una mente sana. ¿Pero cómo se relacionan?

Hay razones de distinta naturaleza que pueden explicar esta asociación entre microbiota y el sistema nervioso.

Primero, es necesario saber que la pared intestinal se conforma de células unidas firmemente las unas a las otras, entre las que cruzan proteínas complejas que van de una célula a la vecina. 

Y es curioso que una estructura semejante se observa en la barrera cerebral. La alteración de esta barrera en el cerebro se puede producir por desequilibrios en la flora microbiótica que, a distancia, por mecanismos neuro e inmunoendocrinológicos, llegan a afectar la barrera cerebral. 

Existe un eje de acción que transmite esas señales, el llamado eje cerebro-intestino-microbiota.

En ese mismo sentido, una alteración de la microbiota –en cuanto a perder la proporción de distintas familias bacterianas, es decir, que hayan más bacterias no beneficiosas que bacterias buenas adentro–produce inflamación en la pared intestinal.

Por último, el intestino y el cerebro están conectados directamente por un nervio llamado vago. Incluso se ha visto en estudios que animales que fueron sometidos a vaguectomía (sección del nervio vago) tienen menor chance de sufrir Parkinson, una enfermedad clásicamente neurológica; lo que demuestra una conexión indudable. 

El nervio vago, de hecho, es el más largo del organismo y funciona bidireccionalmente: o sea, transmite información del intestino hacia el cerebro y viceversa (por algo, en inglés, existe el término gut feelings: sentir visceralmente algo que acontece). 

Y es más: investigaciones que muestran que el trasplante de deposiciones (que contienen bacterias del intestino) de pacientes con depresión hacia animales, resultan en que dichos animales efectivamente evidencian síntomas depresivos.

Hay una producción muy prolífera en la investigación de la manipulación de cuadros emocionales modificando su microbiota. 

Es posible que aún falte mucho por aprender, pero la constante actualización científica ayudará a entender esta compleja relación y, estoy seguro, ayudarán en el tratamiento de complejas condiciones del sistema nervioso: desde depresión, trastornos de aprendizaje, Parkinson, Alzheimer o espectro autista.

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